Hemos de buscar alternativas a los tradicionales libros de texto, por razones de agotamiento mental y rutina. Año tras año, deambulan por nuestras mesas libros de las «mismas editoriales», todos ellos muy objetivos y disciplinados en la selección de contenidos.
Enseñar para un gran número de docentes, comienza con una actividad de personalización y humanización. No resulta aliena para ellos la tarea de destripar y diseccionar los elementos conceptuales, masticarlos para luego compartirlos. La docencia, está sin lugar a dudas relacionada con cuestiones gástricas.
El tratamiento de los elementos conceptuales formativos no ha sido siempre algo neutro, me da la impresión de que se ha tornado con el tiempo.
Antes, las historias, los relatos, las aventuras, la experiencia personal, las anécdotas enseñaban. Ahora, si en los tradicionales libros de texto algún autor incluyera, aunque fuera casi por asomo, algunos de los recursos anteriormente citados, parecería algo infantil, ingenuo, «naif» sería la palabra.
Lo cual, supondría una devaluación de la obra en sí, “seriedad en la educación” señores.
También, me sorprende la cantidad de premios, certámenes y concursos literarios que nos rodean, ofreciendo la oportunidad a cualquiera de destacar su obra. Lo mismo sucede en el ámbito literario y en otros: técnicos y científicos. Sin embargo, cuando a un libro de texto nos referimos, no hay creación ni reconocimiento. No se rechaza la idea, directamente resulta absurda. Obviamente, los autores de este tipo de obras no encuentran alternativas, dedicándose sencillamente a la transcripción, ¿qué opción les queda?.
