Damos por sentado que en el futuro está la verdad, siempre ha sido así, buscamos en lo nuevo nuestra propia identidad, ya no nos valen los profesores de antaño, precisamos educadores del siglo XXI.
La negación de nuestros padres suele ser la semilla del cambio, a partir de aquí se admite todo. Se pierde la perspectiva, se crean nuevos valores y los medios tecnológicos pasan de ser instrumentos a objetivos.
Este rechazo sistemático de «lo viejo», acomodado y sistémico, nos conduce como autómatas a un alejamiento de la verdadera formación.
- Que estudiábamos en pupitres ordenados con disciplina férrea. Pues nosotros queremos que nuestros hijos disfruten de una educación abierta, sin espacios cerrados y sin trabas a su voluntad de aprender.
- Que teníamos asignaturas con libros y debíamos desgastar nuestros codos, enfrentándonos a pruebas que calificaban sus conocimientos. Luego, postulamos para que los alumnos trabajen por proyectos rechazando los sistemas de calificación.
- Que había profesores y maestros que formaban y educaban por medio de clases magistrales. Lo tenemos claro, los conocimientos académicos no son determinantes, en adelante valoremos en mayor medida las habilidades personales como la empatía.
- Que existía una pizarra y una tiza, que blanco sobre negro servía para ilustrar la lección. Por fín, llegan las nuevas tecnologías con la pizarra digital, las plataformas «online» y por qué no la realidad virtual..
La rueda de la negación, es el motor. La ley que rige el movimiento de la historia, más antigua que el propio tiempo, como ese eterno deambular por la tesis, la antítesis y la síntesis. Estamos sin lugar a dudas en una fase de negación, rechazamos cualquier principio anterior para ser dueños de nuestro propio destino.
El sujeto que actúa está sin duda preso en la ilusión de su libre albedrío; empero, si la rueda del mundo llegara a detenerse un instante y hubiese una inteligencia omnisciente, calculadora, para sacar provecho de tales pausas, ella podría predecir el futuro de cada uno de los seres hasta los tiempos más alejados y marcar todas las rutas por donde pasará esa rueda.
Humano, demasiado humano. Nietzsche.
La clave de los educadores del siglo XXI, está en detenerse y reflexionar.
Los medios tecnológicos son un medio no un fin, cuando nos centramos en ellos se produce una usurpación del conocimiento. Lejos de permitirnos su aclaración y compresión, las imágenes y los sonidos empañan y oscurecen el saber. Los pupilos atraídos hacia la luz como polillas, abren sus sentidos y el conocimiento se diluye, se convierte en una sombra de lo audiovisual. De esta forma, aquello que es un medio acaba por vaciar el conocimiento, por desplazarlo a un plano secundario.
El profesor debe entender su posición central, jamás la tecnología sustituirá el componente humano, porque es precisamente lo que pretendemos enseñar y transmitir. Lo demás lo puede aprender el alumno por sus propios medios, a través de la observación de la naturaleza real o virtual.
La cuestión es cómo puede un profesor transmitir humanidad «emociones» en un entorno educativo virtual, vamos en la formación a distancia. Los modelos educativos actuales nos propondrán un uso más intensivo y una selección nuevas y mejores tecnologías, como la realidad aumentada. Pero, no debemos hacer caso de los profetas «patrocinados», ¿Cómo puede una máquina transmitir emociones?.
Entonces, ¿Qué postura debemos adoptar como educadores en este entorno?. Ciertamente no lo sé, tal vez debamos escuchar a nuestro instinto. El mío como profesor y padre, me dice que debemos aprovechar intensamente el poco tiempo «real» que pasamos con nuestros hijos y alumnos, ese es el único modo de alcanzar el reto de ser educadores del siglo XXI.